Hubo un tiempo en el que yo no era mía, porque nadie me enseñó a serlo.
Porque ser la única dueña de mis alas conllevaba a una opción impensable.
Antes de ser mía fui presa de la escucha de palabras que me ahogaban, esclava de un espejo que cegaban al capricho mis ojos.
Tengo demasiado en el pecho, demasiadas cosas que aún no he podido decirme.
Demasiadas ganas de comerme el mundo, demasiado miedo a que al final el mundo acabe conmigo.
A veces no sé, si la niña que fui está orgullosa de mí, o si por el contrario soy yo, la que se enorgullece de aquella niña que lo único que hacía era soñar en grande.
He acabado cubriéndome de flores las heridas, aunque a veces me reavivan las llamas.
Te confieso que a pesar de la armadura, me tiemblan las palabras.
Que a ratos no sé si soy mía.
Te confieso que creo, de crear, como si no hubiera un mañana.
Quizás lo que duele es crecer, saber que yo solo seré responsable de mis aciertos y errores.
Quizás lo que abrume es tenerme.
Tenerme como nunca antes me he tenido.
Tenerme sabiendo que a pesar de haberme perdido, fui la única responsable de mi rescate.
Saberme dependiente de mi misma.
Ahora soy dueña de mis alas, y capitana de mis vuelos.
Ahora vuelvo a ser mía.
Marina Burguillo Martín
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